La guerra. Constructora del mundo-Marcos Hurtado Pulido
La guerra
Constructora del mundo
Marcos Hurtado (1964)
No sé qué edad tienes. Tal vez recuerdes que tiempo atrás nos enseñaban y estudiábamos los mapas de España, de Europa, de Asia (qué exótica entonces), de América y de la lejanísima Oceanía (que era la que nos volvía un poco locos con aquello de que estaba justo al otro lado de la bola del mundo).
Eran de dos tipos, el “descriptivo” o “físico”, que reflejaba ríos, montañas, valles, golfos, etc., y el “político”, que estaba lleno de colores que representaban a los diferentes países (los de entonces).
Y la pregunta es ¿por qué los espacios abiertos que describen los mapas físicos se han venido troceando a lo largo de la historia del hombre en trocitos de colorines?
Y otra pregunta sería ¿cómo se ha desarrollado ese proceso?
Pues la respuesta a la primera pregunta es por ansias de poder (político, económico o egocéntrico). Y la respuesta a la segunda es con violencia. Violencia que se ha ido perfeccionando a lo largo de los siglos hasta configurar lo que llamamos guerras.
Curiosa paradoja que un fenómeno violento que lleva intrínseca la destrucción y la muerte sea al mismo tiempo el que hay ido configurando y construyendo el mundo que conocemos hoy en día.
La guerra mueve fronteras, genera grandes beneficios económicos (eso sí, a unos pocos), instaura y destituye gobiernos.
La guerra es un desastre. Es un caos. Es inseguridad. Es pavor. Es muerte. Es deleznable. Y, sin embargo, podríamos decir que es inherente al ser humano desde el momento en que aprendió a coger un palo para golpear.
Ahora tenemos una guerra en todos los informativos. Fea, mala, cruel, como todas las guerras. No hay guerra justa. Y la tenemos, como el que dice, aquí al lado. ¿Y qué se puede hacer? ¿Dejar que el abusón acabe con el pequeño? ¿Pelearse con el abusón y que la cosa vaya a peor?. El mundo no va bien; y el hecho de que estemos asistiendo a este espectáculo como si fuera una película es terrible.
Pero no es ficción. Es real. Tengo un amigo que se llama Miguel. Es ucraniano. Es la persona de confianza que tenemos para cualquier reparación o chapucillas en la casa. Cada verano hace unos tres mil kilómetros y va (o iba) un mes a su pueblo natal a ver a toda su gente, su casa, su perro fiel que lo reconocía, sus raíces, en definitiva.
Pues Miguel lo ha perdido todo. Bueno, todo no. Gracias a Dios. Ahora mismo está de camino a la frontera de Polonia para recoger a su hija y sus dos nietos; que han podido cruzar después de días de penalidades y de desinformación.
Eso es la guerra. Y hay muchas otras más a lo largo y ancho del mundo que no salen en los informativos porque no interesan.
¿La guerra? Una verdadera mierda.
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