El arte como belleza-Joaquín Fernández de Aguilar

 Cuando se habla de arte se habla, de algún modo, de belleza. El arte se lee, se contempla y se toca porque hay artistas que escriben, esculpen y construyen: por eso el arte es un diálogo entre la mano que pinta y la mirada que se proyecta en lo pintado pero, sobre todo, su belleza no se encuentra en el ojo que atentamente observa, sino que es la belleza de la obra artística la que atrae nuestra atención y no al revés. De ahí que sea receloso de la idea de que arte es interpretativo, que en lo que uno pueda ver belleza, otro pueda ver fealdad porque no solo hay obras literarias, musicales o propiamente artísticas más laboriosas sino de mayor calidad que otras, es decir, lo artístico para ser tal debería ser evaluado con cierta objetividad. Asimismo, a mi juicio, el arte no se reduce a lo propiamente artístico, sino que en la literatura, el cine o incluso el deporte puede haber “obras de arte”, obras narradas, dirigidas o ejecutadas, en su fondo y forma, con tal maestría que solo es posible calificarlas aludiendo al arte. Sin embargo, si hay algo que me resulta extraordinariamente singular en lo artístico es la capacidad que tiene para sublimar al animal humano y arrasarlo hacia el asombro como una emoción que sabíamos nuestra pero que una obra artística nos muestra por primera vez. 

El arte, en esencia, guarda uno de los elementos a los que los clásicos griegos aludían cuando afirmaban que era propio del ser humano la búsqueda incansable del bien, la verdad y la belleza. Porque el arte, al contener la belleza, es uno de los bienes más preciados de este mundo.


Joaquín Fernández de Aguilar

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