“La cultura del esfuerzo” “Lucha por tus sueños y los alcanzarás ¡Mentira!”-Marcos Hurtado (1964)
Madrid. Ultimos años 70. Invierno. Domingo. Temprano. Un frio del carajo. Los tres hermanos estamos agazapadas en nuestro cuarto común esperando que a mi padre se le “olvide” despertarnos. Lo oímos. Se acerca. ¡Arriba! ¡Venga! ¡Que la Casa de Campo nos está esperando!
Y vamos con la rutina casi religiosa de ir a entrenar o competir en campo a través casa fin de semana. Ahora lo recuerdo con mucha añoranza. Entonces era una mezcla de pereza, nervios, casi miedo y adrenalina.
Pero a lo que voy. En ese escenario, el circuito de campo a través de la Casa de Campo de Madrid, mientras nosotros nos peleabamos con las tribus de fieras que venían de clubes y colegios varios, siempre aparecía al final de la mañana, en la carrera de los mayores, un individuo llamado Ramiro Matamoros (1957) ¿Y por qué lo traigo a colación? Pues porque es, o fue, evidencia empírica de lo que quiero exponer y que he apuntado vehementemente en el título.
No he conocido persona que dedicase más pasión y esfuerzo al atletismo. Su situación económica era bastante humilde y, tras trabajar 12 horas en un bar, entrenaba como si no hubiera un mañana, competía como si sus energías fueran infinitas; su pasión lo era, sin duda, pero su rendimiento final no.
Alcanzó un cierto nivel de “éxito” en algunas pruebas peeeeero, en cuanto aparecían a su lado tipos como Jose Luis Gonzalez (1957), Fernando Cerrada (1954) o José Manuel Abascal (1958), le mojaban la oreja con soltura y “se le acababa el rollo”.
¿Dónde quiero llegar? Pues a un planteamiento que podría considerarse teórico pero que es más cierto que la vida misma. Para alcanzar el “éxito”, el “sueño” o para triunfar en algo concreto deben darse tres cosas: esfuerzo, don y suerte. Ninguna de las tres sirve si no cuenta con las otras dos. Y diría que, de mayor a menor presencia, el esfuerzo se da más (porque además es autónomo), el don pocas veces y de la suerte...
Volvamos al ejemplo de nuestro amigo Matamoros. Es fuerzo no le faltaba. Entrenaba más que nadie y se esforzaba hasta límites desmedidos en la competición. En algunos momentos, por estar en el sitio y lugar adecuados (sobre todo sino aparecía alguna de las estrellas del atletismo del momento), podía conseguir ganar algunas carreras. Pero le faltaba el don que otros sí tenían. El don de los que batieron records y llegaron a campeonatos y juegos olímpicos. Esta combinación de tres debe darse en todas las facetas de la vida en la que se persiga un gran logro.
¿Cuántas voces fantásticas no llegan a la cumbre del panorama musical? ¿Cuantas buenas plumas no alcanzan la notoriedad que debiera en el panorama literario? ¿Cuántos artistas de verdad no están exponiendo en las mejores galerias?
Muchos de ellos que se esforzaran, seguro (unos más que otros); incluso puede que tengan un maravilloso don asociado a su pasión. Algunos puede que esten en el sitio y lugar adecuados pero les falta algo de lo anterior. Y algunos otros, sin mucho don ni esfuerzo, alcanzarán el éxito (coyuntural, habitualmente) por una cuestión de fortuna. No soy un negacionista del esfuerzo; aunque soy más partidario del esfuerzo bien estructurado y altamente eficiente (o sea, con poco “desgaste”). No voy a decir aquí que superar dificultades no entrena para las siguientes. Pero enseñarles en el esfuerzo y la superación de dificultades para enfrentarse a “una vida de lucha y sufrimiento” no me parece el único paradigma de la educación ni siquiera me parece un planteamiento adecuado.
Por cierto, si buscas a Ramiro Matamoros en internet, podrás conocer su fantástica trayectoria vital “posatletismo”. Merece la pena. Sin duda, la experiencia de su etapa deportiva le sirvió de aprendizaje diría que casi espiritual para abordar, y alcanzar, otros logros. Pero no el de “estrella del atletismo”
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