Sobre el esfuerzo y la cultura del esfuerzo-Joaquín Fernández de Aguilar
Hace una semana el tenista español Rafael Nadal ganó su veintiún Grand Slam, tras remontar un partido en el que iba con dos sets de desventaja. La mayoría convenimos en que es una gesta épica que no admiramos por lo mucho que tiene de talento y fortuna sino por lo que su partido tuvo de esfuerzo y callado empeño. Toda vez que esto es así, me gustaría distinguir un término y una expresión que a menudo se confunden: el esfuerzo y “la cultura del esfuerzo”.
Uno de los grandes pensadores de la historia de Occidente, Aristoteles, dijo que “somos lo que hacemos repetidamente. La excelencia, entonces, no es un acto sino una hábito”. Ciertamente la frase no se refiere al esfuerzo como tal, pero es un buen ejemplo de lo que significa: una constante repetición de una determinada actividad o práctica.
Sin duda, el esfuerzo, en tanto que nos es común, no encuentra obstáculos para su realización y a quien lo practica se le reconoce su ética de trabajo. En este sentido, es posible afirmar que todos, en la medida de nuestras posibilidades, debemos esforzarnos para hacer las actividades que nos ocupan lo mejor que podamos, hacia la mayor excelencia que cada uno sea capaz de alcanzar.
Una vez realizada una primera aproximación acerca del esfuerzo, la denominada “cultura del esfuerzo” es distinta porque responde a la cuestión sobre si el esfuerzo implica necesariamente la consecución de los resultados esperados y está mediada, a su vez, por la imagen que la sociedad proyecta sobre el éxito. De tal suerte que “la cultura del esfuerzo” se asocia a obtener prestigio y reconocimiento por unos logros que la sociedad considera importantes o difíciles. A mi parecer, esta situación es del todo injusta pues premia el esfuerzo de determinadas profesiones que gozan de cierta relevancia social mientras que a aquellos trabajadores que se esfuerzan cada día por ser mejores camareros, mejores peluqueros o mejores profesionales de la limpieza no se les reconoce dicho esfuerzo.
La realidad es que no siempre el esfuerzo tiene su recompensa porque concurren otros factores como el contexto social, el don o la suerte que, en muchas ocasiones, resultan igual o más determinantes que el propio esfuerzo. En su película “Matchpoint” el genial director de cine estadounidense Woody Allen nos muestra una reflexión que describe a la perfección este pensamiento: “Aquel que dijo: “mejor tener suerte que tener talento” conocía la esencia de la vida. La gente teme reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte. Asusta pensar cuántas cosas escapan a nuestro control. A veces, en un partido (de tenis), la pelota toca el borde de la red y durante un instante, puede seguir hacia delante o caer hacia atrás. Con suerte, sigue hacia delante y ganas. O quizás no lo hace y pierdes”. Así pues, uno debe esforzarse sabiendo que quizá no logre el objetivo y asumiendo que existen ocasiones en las que, para bien o para mal, las circunstancias no elegidas marcan el devenir de nuestra vida.
Joaquín Fernández de Aguilar
Así es, Joaquín. La excelencia es la que debe marcar nuestro día a día. Es la única forma de subir escalones. La suerte llega o no llega porque no depende de ti, pero la esencia es personal, y de esa sí somos responsables. Te sigo leyendo. Me interesas.
ResponderEliminarDe acuerdo en todo, salvo en que no defines qué tipo de escalones se deben subir. ¿Profesionales? ¿Espirituales?
EliminarMuchas gracias por participar.